Groenlandia y Estados Unidos
Jean MeyerAl noreste de América del Norte, a la derecha del Gran Norte canadiense, se encuentra esa gigantesca isla de 2 mil kilómetros de largo, tan grande como todos los estados de la Unión americana que se encuentran al este del Mississippi. Desde que la aviación canceló la concepción tradicional de la seguridad marítima, Groenlandia fue vista por los estrategas estadounidenses como un elemento de su defensa atlántica, de la misma manera que Alaska cubre la vertiente pacífica. Pero, si bien Alaska es americana desde que Rusia la vendió en 1867 –hoy en día, los ultras rusos pintan a Alaska como rusa en su mapa imperial- , Groenlandia, a pesar de su amplia autonomía, pertenece a Dinamarca.
No hay que pensar que Donald Trump delira, tampoco que es el primero en pensar anexar a Groenlandia, de la misma manera que no es el primer presidente en soñar con apoderarse de Canadá. Cuando el presidente Monroe elaboró su famosa Doctrina, incluyó en sus límites a Groenlandia como parte de América, cuando no se conocía todavía su extensión geográfica, de modo que figuraba en blanco en los mapas. No se sabía si su mitad septentrional era parte del mar polar, si era una península amarrada a la América del Norte británica (el futuro Canadá), una isla o varias islas. A fines del siglo XIX, Robert E. Peary comprobó que era una isla y Groenlandia apareció en los atlas como un subcontinente, la isla más grande del mundo.
Cerca del año mil, vikingos de Islandia, dirigidos por el famoso Eric el Rojo, colonizaron la región libre de glaciares; prosperaron hasta su desaparición en el siglo XVI. En el siglo XIII, la colonia pasó bajo control del reino de Noruega, como Islandia; fue el lejano antecedente que explica porque Dinamarca, un tiempo unido a Noruega, es hoy titular de la isla. En el siglo XVIII, daneses y noruegos mandaron misioneros para evangelizar a los inuit (esquimales).
En 1814, los tratados de Viena, después de la derrota de Napoleón, atribuyeron Noruega a la corona sueca y Groenlandia a la danesa. William Seward, apóstol del Destino Manifiesto de EU, poderoso secretario de Estado de 1861 a 1869, después de adquirir Alaska, intentó negociar con Dinamarca la compra de Groenlandia: Donald Trump no inventa nada. Entre 1919 y 1933, Noruega, ahora independiente, disputó a Dinamarca la posesión de la isla, hasta que el tribunal internacional de la Haya confirmó la soberanía danesa.
La Segunda Guerra Mundial, con la ocupación de Dinamarca y de Noruega por el ejército del Tercer Reich, le dio a Groenlandia la importancia estratégica que tiene hasta la fecha, quizá más que nunca a la hora de la agresión rusa contra Ucrania. La isla quedó sin comunicación con Dinamarca, pero el gobierno danés en exilio en Washington creó una comisión americano-danesa para Groenlandia que se encargó del abastecimiento y del comercio. En abril de 1941, Dinamarca firmó un acuerdo delegando a los Estados Unidos la seguridad de la isla durante la guerra y otorgando a Washington el derecho de construir todas las instalaciones militares necesarias.
Los americanos levantaron en seguida la gran base de Narsarssuak, antes de Pearl Harbor. Con la entrada de EU en guerra contra Japón y el Reich, Groenlandia adquirió una importancia enorme como parada de los miles de aviones que iban hacia Europa y como base naval para la armada que protegía los convoyes hacía Inglaterra y el puerto soviético de Murmansk, algo vital para ambos países. La guerra despertó económicamente a Groenlandia, con la construcción de puertos y el desarrollo de la minería; y políticamente, con la experiencia del autogobierno, institucionalizado a partir de 1950.
La guerra fría confirmó la importancia estratégica de la isla, en el marco de la OTAN, con la construcción de una enorme base aérea en Thule, vanguardia del escudo americano-canadiense frente a la URSS, ayer, frente a Rusia, hoy. Está perfectamente situada para las rutas aéreas trans-árcticas y actualizada por las reivindicaciones rusas sobre el Ártico ¡hasta el Polo Norte! De modo que las demandas de Donald Trump no son tan sorprendentes como parecen. Nada nuevo bajo el sol.
Columna: El Minutero
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